La ensalada de atrocidades que venimos almorzando desde hace ya demasiado tiempo continúa agrandando su leyenda al ritmo con que desarrolla el llamado marketing del terror. Los últimos métodos de ejecución sumaria conocidos provocan repulsión, probablemente efecto deseado. Esta semana hemos oído hablar de ejecuciones salvajes que sobrepasan lo dantesco. Hombres metidos en jaulas que después son sumergidos en piscinas, decapitaciones, crucifixiones de menores, mujeres vendidas como esclavas sexuales y un largo etcétera de vejaciones, torturas, masacres. Todas ellas convenientemente difundidas para atemorizar a sus hermanos y amedrentar al mundo.
Si bien sobre el origen del conflicto se pueden establecer diversas responsabilidades y parece probado que la intervención en Irak avivó el fuego del descontento islámico, es unánime el rechazo a la ideología, actitud y radicalismo del autodenominado califato. La comunidad internacional tiene el deber de encontrar soluciones válidas y duraderas no basadas únicamente en intervenciones militares, debe de cohesionar a los países implicados, hacer un trabajo diplomático sordo y discreto que ahogue a este ejército despiadado que no duda en aniquilar a sus propios hermanos de religión.
Desde nuestro punto de vista occidental debemos de evitar las amalgamas, las confusiones y la simplificación.
No hay que olvidar que el 99% de las víctimas son musulmanes. Se trata pues de una guerra civil entre musulmanes. Mal haríamos los ciudadanos si considerásemos a las víctimas como agresores. Europa tendrá que elegir el bando correcto aunque sea con la pinza en la nariz. Rectificó tarde y a medias en Siria, poco ayudado por las alargadas sombras y escasas luces del régimen de Bashar al-Assad. Azuzó el fuego en Irak con sus intervenciones. Creó el caos en Libia y a punto estuvo de hacerlo en Egipto. Sigue sin encontrar soluciones al conflicto palestino. No termina de apoyar convenientemente al pueblo kurdo.
Tenemos pues un catálogo de errores que no puede crecer pero, sobre todo, no podemos permitir las atrocidades cometidas en nombre de un Dios contra seres humanos que creen en ese mismo Dios.
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