El fin de semana pasado el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza decidió cambiar el nombre del pabellón de deportes Príncipe Felipe por el de José Luis Abós. Son tiempos estos en los que la sensibilidad está a flor de piel y en todo se ven afrentas, ofensas y revanchas. Desde el día en que nos dejó Pepelu la afición del CAI Zaragoza ha solicitado este cambio reiteradamente, en cada partido, en cada momento. Se recogieron quince mil firmas en diez días. No vamos a glosar aquí los muchos méritos de J.L. Abós en el terreno deportivo ni los muchos amigos que dejó y lo trágico de su desaparición. Lo cierto es que el tal Príncipe Felipe es hoy rey de España por lo que tal figura ya no existe. Tampoco parece que hubiese gran demanda popular por tal nombre cuando se bautizó el pabellón hace 25 años ni que acertasen al ponerle un nombre con fecha de caducidad. Es bien sabido que la monarquía española solo permite el uso del título de príncipe a los herederos de la corona. Por consiguiente ya se debía de intuir que tarde o temprano el nombre estaría desfasado. No me imagino un pabellón que se llame candidato Rajoy, por ejemplo. Tampoco es que el homenajeado príncipe, hoy soberano de las Españas, haya visitado el recinto. Dicho esto ya habrán deducido que estamos a favor del cambio de nombre.
Ahora bien, ¿era necesario y conveniente abrir esta polémica en este preciso momento? ¿Se podría haber esperado a la temporada siguiente de la ACB? ¿Tan urgente era la presión para tal decisión? ¿Se han tanteado los demás partidos para saber su opinión?
Cuando se gobierna es tan importante el calado de las medidas como vencer las resistencias que pueda haber a las políticas presentes y futuras. Esta decisión, tomada desde la precipitación, va a crear una serie de reticencias a todo lo que provenga de Zaragoza en Común. Se debe de gobernar para todos, tener en cuenta opiniones, generar consenso, tener mano izquierda y evitar obstáculos a través de la negociación y el diálogo. Quizá haya partidas más grandes que negociar donde probablemente esta medida hubiera podido formar parte.
Ya se debía de intuir que tarde o temprano el nombre estaría desfasado.
La presencia monárquica en la ciudad, para bien o para mal, no está en peligro. Hay sobradas muestras de afección y lealtad a la corona. Oportunidades habrá para que bauticen con el nombre de Rey Felipe VI alguno de los edificios singulares que se construirán en el futuro si nos atenemos a los sentidos apoyos que encuentra en el PP, C’s y PSOE. Especialmente el PP se ha visto obligado a poner el grito en el cielo, a arrojar dialécticamente al Rey de España contra ZeC y CHA, a nombrarlo con rotundidad, a sentirse ofendido. Don Eloy Suárez nos tiene acostumbrados a una vehemencia excesiva, a un verbo afilado pero a pobres propuestas y soluciones. Suele exagerar su tono don Eloy y la ocasión era perfecta para arroparse en la bandera, la monarquía, la patria y lo que sea necesario y rojigualda. Además, aunque no tiene nada que ver, no ha dudado en hacer la amalgama con el famoso busto de don Juan Carlos I en Barcelona.
Habrá medidas más importantes que tomar como aprobar presupuestos, distribuir el gasto (social), subir tasas e impuestos, o sea, habrá que negociar.
ZeC ha cometido un grave error. No por la reacción del PP, esperable, sino porque se ha puesto palos en las ruedas. Habrá medidas más importantes que tomar como aprobar presupuestos, distribuir el gasto (social), subir tasas e impuestos, o sea, habrá que negociar. Todos los apoyos pueden ser vitales y no se puede cansar a la oposición (mayoritaria, no se olviden) con medidas de tan poco recorrido y que tan virulenta reacción provocan, más aún si no se tiene mayoría. La política no se aprende en un mes, pero hay que intentar no romper el juguete antes de acabar la partida.
Por si quedan dudas, lo decimos estando de acuerdo con el cambio de nombre. Han fallado las formas y el tempo pero el fondo es inequívoco: es correcto y es justo.
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